de negar la fe en Jesucristo. Por lo tanto, el autor no tenía por qué exhortarles en cuanto a la rectitud y la honradez, ni en cuanto a la piedad, ni en cuanto al celo religioso, porque éstos no eran sus problemas. En cambio sí debía inspirarles con una visión renovada de la persona de Jesucristo, avisarles de las terribles consecuencias de la incredulidad, y cultivar su fe en Él. Es por esto por lo que dedica la última parte de su Epístola a explicar lo que implica vivir por fe.
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